Neón


La ornamentación de los arboles que intenta expandir su libertad en contra de los mismos arboles. El farol erguido por un poste que mide casi siete metros y que en su parte más alta se agacha como si quisiera regresar al piso. El reflejo luminoso del letrero de la lavandería MRW encerrada en el fondo de la escuadra que forman los edificios de enfrente. El sonido de las llantas de un carro muy moderno, tan moderno que a la fibra de vidrio con la que esta hecho, siempre la escucho hablar de perfumería fina. Los contenedores de desechos reciclables que están al inicio de la calle, justo afuera de la entrada a la línea del metro que trae a esta zona tan desolada de la ciudad. La inquietud del eco producido por el tacón de madera de los zapatos de un trabajador apresurado por llegar a casa y descansar. La mirada intensa del chico del departamento de enfrente, que siempre sentado y con los brazos cruzados sobre el marco de su ventana, en los que recarga la cabeza y el aburrimiento, se limita a observarme, en lugar de a la luna en su menguante de verano a la izquierda de mi balcón y a los juegos pirotécnicos a la derecha, que celebran mudos y lejos de nosotros, la perfección de su pólvora quien guarda vida de colores explosivos, para oponerse a la tristeza que sólo ve la ornamentación de la copa de los arboles brillando falsamente como juegos pirotécnicos por el reflejo de la luz del farol que se yergue por el temor a las alturas de su lámpara, quien espera desplomarse hasta los contenedores de desechos reciclables y esperar quizá, sólo un día más en ser tomado por el trabajador a quien él iluminaba el estrecho camino que se forma entre los edificios y por los que la luna no deja de alumbrar, hasta ser usado en algún lugar del metro para dejar atrás la envidia que siente de noche, por el letrero de la lavandería MRW que con su luz artificial le restriega en el reflejo de los rostros pálidos que las vemos a esta hora, que su función se limita a decorar.